Despierto gracias a un maullido imperativo, me levanto y prendo la TV como remedo de compañía. En los matinales al parecer ha comenzado la Tercera Guerra Mundial. Me preocupa, temo los inenarrables alcances de la estupidez humana. Pienso en Diógenes, el filósofo del desapego absoluto a lo material: “mientras más conozco a la gente más quiero a mi perro”, pero miro a mi lado y ahí está él, impertérrito con un ojo entreabierto viendo la debacle de las bolsas de valores, con la indiferencia de quien es: Susuma NoName (Su Suma Majestad Sin Nombre), mi gato, a quien no le asombran mis pueriles temores. Él tiene la certeza absoluta de la infinitud de nuestra torpeza, incluso la de que yo no esté aquí un día para atenderlo.

“los observo y aprendo de ellos. me gusta lo poco que saben, que es tantísimo. Se quejan, pero nunca se preocupan. Caminan con una dignidad sorprendente. Duermen con una simplicidad directa
Que los seres humanos sencillamente no podemos”
Nos advierte Bukowski, el paladín de los poetas malditos del siglo XX, que se rinde ante la sapiencia gatuna: “Es bueno tener un montón de gatos alrededor. Si uno se siente mal, mira a los gatos y se siente mejor, porque ellos saben que las cosas son como son. No hay por qué entusiasmarse y ellos lo saben”. Continúa el bombardeo sobre Ucrania, vamos a comerciales, voy por un té y pienso que no hay generación que no haya visto pasar una guerra por sus vidas. Susuma Noname no se inmuta. Fiel a los versos de Borges, espera su desayuno sabiendo de antemano el oculto desenlace de estos días:
“Por obra indescifrable de un decreto divino, te buscamos vanamente; más remoto que el Ganges y el poniente, tuya es la soledad, tuyo el secreto. Tu lomo condesciende a la morosa caricia de mi mano. Has admitido, desde esa eternidad que ya es olvido, el amor de la mano recelosa. En otro tiempo estás. Eres el dueño de un ámbito cerrado como un sueño.”
(Jorge Luis Borges: A un gato)

Mientras limpio su bebedero pienso que a lo largo de la historia, nos afanamos por buscar la paz, o algo parecido a una sabiduría o sentido de vida y escribimos párrafos y versos para invocarla, pero nunca nos llega. Aunque a veces parece que se desliza sigilosa entre cuatro patas que vienen ronroneando a buscar comida. Y a través de los siglos, no hay musa, ni tintero, lápiz, teclado o pantalla touch que valga o apremie tanto como satisfacer sus demandas de tirano manipulador y/o amante celoso:
“No me voy, no quiero irme, dejarte,
te busco agazapada
ronroneando,
te busco saliendo detrás del sofá,
brincando sobre tu cama,
pasándote la cola por los ojos,
te busco desperezándome en la alfombra,
poniéndome los anteojos para leer
libros de educación del hogar
(…)
Te quiero como gata agradecida,
gorda de estar mimada,
te quiero como gata flaca
perseguida y llorona,
te quiero como gata, mi amor,
como gata, Gioconda,
como mujer,
te quiero.”
(Gioconda Belli: Como gata boca arriba. Fragmentos)
Susuma Noname levanta su cabeza y me mira inquisitivo. Aún no he limpiado su caja de arena. Estos apremios seguramente lo han vivido Verlaine, Hemingway, Baudelaire, Lovecraft, García Lorca, Burroughs, Neruda, Pound, Capote, Borges, Dickens, Eliot y cientos de narradores y poetas que han intentado bocetar en sus versos la admiración por quien ostenta el paradigma del control sobre un humano: hacer que le recojan sus heces y, a veces hasta con alegría, celebrar la gracia del “…pequeño emperador sin orbe,/ conquistador sin patria, / mínimo tigre de salón, nupcial / sultán del cielo” (Neruda). El que según la poeta norteamericana Mariane Moore: “sabe hablar, pero en su insolencia no dice nada.”:
¿Y qué? Cuando uno es sincero su mera presencia es un cumplido.
Está claro que él aprecia la virtud de lo directo,
que no consideran el dato publicado
como una rendición.
En cuanto a la tendencia a ir siempre al ataque,
un animal con garras desea el momento en que debe utilizarlas;
esa extensión a lo anguila del tronco hacia la cola no es casual.
Saltar, estirarse, dividir el aire (para sustraer, para perseguir,
para ordenar a la gallina: vuela sobre el cerco,
equivócate de camino en medio de tu consternación): esto es vida.
Hacer menos sería deshonesto.
(Mariane Moore: Pedro. Fragmento)

Volvemos de comerciales, ya tibio el té después de la arena limpia, Kiev asediada y Susuma ahora encuentra más interesante invadir el espacio aéreo de algún insecto que sobrevuela en el jardín. Lo de él es aventura, lo nuestro es guerra y por lo tanto aburrida y patética en su mediocridad. Agradezco que Putin, o cualquier político, no conoce la poderosa retórica de estos verdaderos emperadores de lo humano, porque quizás qué le estaríamos recogiendo:
“Qué se va a hacer. Soy ministro de Cultura, y voy a una recepción a la embajada tal. ¿Cuál? Para qué decir cuál. Tal o cual, es igual. Y de pronto junto a la cuneta, entre el monte un gato.
Las dos luces del carro prenden las dos del gato. Quisiera quedarme aquí para observar mejor este gato, de qué color es, (de noche dice el dicho todos son del mismo color)
qué iba a hacer después, cómo su lomo se iba a mover. Quedarme junto a la cuneta con el gato
mi gato
fuera mejor…”
(Ernesto Cardenal: Reflexiones de un ministro. Fragmento)

La tragedia ya está en la frontera con Polonia y según el temible analista económico, en nuestros bolsillos que tendrán que estirarse (otra vez gracias al delirante de turno), tanto como la generosidad de un hombre que sale de un edificio bombardeado, llevando con una pecera, un gato y un fusil. La imagen me recuerda que no podemos morir si tenemos un gato ahí. La poeta polaca Wislawa Szymborska (Premio Nobel 1996), que sobrevivió al horror de la segunda guerra mundial nos lo advierte:
Morir, eso no se le hace a un gato. Porque ¿qué puede hacer un gato en un departamento vacío? Trepar por las paredes. Restregarse entre los muebles. Nada ha cambiado pero nada es como antes.
Nada ha cambiado de lugar
pero nada está en su sitio.
Y la luz sigue apagada al caer la noche.
Se oyen pasos en la escalera, pero no los esperados.
La mano que pone el pescado en el plato tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza a la hora de siempre. Hay algo que no ocurre como debería.
Aquí había alguien que estaba siempre,
que de repente desapareció
e insiste en no estar.
(Wislawa Szymborska: Un gato en un piso vacío. Fragmento)
La invasión continúa y todos sabemos que las guerras no terminan, solo se trasladan: Y si la próxima estallara acá, ¿Sería yo el que, para pesar de Susuma Noname, insistirá en no estar para siempre después de un bombardeo? Apago la TV, el té se enfría. Así de frágiles nos deja una guerra en cualquier parte de esta aldea global cada vez más peligrosamente estrecha, donde:
"Las fábricas, las cárceles, los días y las noches de borrachera, los hospitales me han debilitado y zarandeado como a un ratón en la boca de un gato: la vida" (Bukowski).
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