Debido a una consecuencia más del nefasto sistema educacional que tenemos, cuando se habla de comedia, inevitablemente se le tiende a ver de soslayo, como un género menor, revelando con esto la más perfecta ignorancia de lo que es el teatro y de los alcances históricos que ha tenido esta forma de escribir y hacer teatro.
Si miramos el teatro griego, la mayoría solo reconoce la imagen de Edipo, sufriendo avergonzado por los siglos de los siglos . Junto a él, quizás alguien más avezado (sin ser especialista), recuerde algún otro trágico drama que nos hacía huir de los libros, en la siempre hormonal adolescencia sometida a una escolarización generalmente poco motivadora. Por una razón u otra, son pocos los que llegan a conocer y disfrutar intensamente algo casi secreto: el placer de leer, y de vez en cuando presenciar en escena, una buena comedia griega bien traducida y ojalá, mejor adaptada.
Es en este género teatral donde los dramaturgos, o comediógrafos, hablan con la fuerza indestructible de un estampido animal acerca de las verdades que nadie se atreve a decir de la sociedad, esas que ni toda la seriedad de la tragedia puede presentar a público. Este es el caso, por ejemplo, de la aguda Lisistrata, texto que desde un punto de vista completamente vigente, se nos muestra que la guerra es producto de un patriarcado machista que solo las mujeres podrían romper.
¿No me cree? vea este trailer de la película española que llevó al cine el texto clásico de Aristófanes, padre de la comedia occidental.
Aristófanes, quien sentó las bases de los dispositivos cómicos vigentes hasta el día de hoy, comenzó el derrotero del humor de manera simple, con metáforas y alegorías escénicas de carácter zoológico. Sí, nada más didáctico que nos digan algo como si fuera una fábula para niños. En una obra llamada Las avispas, Labes, un inocentón perro doméstico, sin más culpa de haberse zampado un queso en la cocina, emite algunos ladridos en su defensa ante un delirante juez del Estado que pretende condenarlo rudamente por tan infame proceder.
Si la situación ya es grotesca en sí misma, hay que revisitar ese texto paradigmático para entender que la comedia puede hacer tambalear los más grandes pilares sobre los que se construye el tinglado social, porque a poco leerla nos damos cuenta que todo el texto (título incluido), es una mordaz sátira del corrompido poder judicial (Sí, nada nuevo bajo el sol)...
El eco del ladrido de Labes en escena sigue a través de los siglos resonando como la profunda metáfora de la corrupción, de quienes pudiendo otorgar justicia no son más que un coro de avispas que zumban y zumban en su provecho sin dejar comer a los demás.
Sin duda, el viejo Aristófanes sabía lo que hacía y comprendía el sensible resuello del respetable público, que no deja pasar gato por liebre. En otro texto suyo, Las ranas, presenta un perturbador coro de batracios que acompaña al mismísimo Dionisio hacia el mundo de los muertos. Lo que hace el autor es meterse en las patas de los caballos de su gremio: lleva al dios tutelar del teatro a viajar hacia los infiernos para hablar con los muy graves, respetables y siempre serios autores de tragedias Esquilo y Eurípides.
Indudablemente la obra gatilla una ironía cáustica que nos muestra un tópico que recorre toda la historia de la literatura, ya que muestra una de las primeras peleas que tenemos registrada del siempre beligerante gremio de los escritores que, detrás de su mascarada de frases de buena crianza en público, ocultan profundas rencillas generadas por una de las más animalescas características de la especie literata: la envidia.
El catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid, Fernando García Romero, analiza la comedia griega antigua, exponiendo de modo magistral la temática y los recursos del género, como son el uso del lenguaje, el insulto, la parodia y la crítica política.
En Las Ranas (405 a.C.), el genial Aristófanes pone en boca de Eurípides, una frase perenne al ser interrogado por la virtud más admirable en un dramaturgo: “La habilidad de aconsejar. Nosotros volvemos mejores a los habitantes de la ciudad”. Así de simple, así de complejo.
Han pasado los siglos y las difuntas cantoras siguen esperando de los escritores no solo las bellas palabras y complicadas formas, sino además la coherencia ética para volver mejor a los ciudadanos, para desarrollar la polis y ojalá de un modo entretenido.
En definitiva, Aristófenes no sigue diciendo que para mejorar la política, (ese arte de cohabitar civilizadamente el único tiempo y espacio que tenemos para vivir), el humor es clave, porque hasta donde sabemos el ser humano es el único animal capaz de reírse de si mismo.
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