Hoy por hoy, las antiguas fronteras, entre la No ficción y la Ficción, verdaderas fortalezas canónicas, se debilitan y desaparecen. Nos comenzamos a acostumbrar a creaciones híbridas que viajan de un lado a otro de manera complementaria. Gracias a estos cruces, encontramos obras que nos permiten pensar que al parecer, esta generación que llegó para vivir la crisis de la pandemia, perfectamente podría ser llamada “la generación topo”.
Mucho se ha escrito de la película nacional nominada al Oscar, El agente topo, de Maite Alberdi. Por su parte, entre círculos editoriales y literarios especializados, no deja de sorprender el éxito de ventas de Cómo cazar un topo (Ariel, 2020), de Marc Hamer, que fuera elegido recientemente por The Guardian como el libro del año. ¿Qué tiene el animal que los inspira que, como topos, no habíamos visto antes?

Es sabido que por mucho tiempo la ficción ha intentado parecerse a la realidad, mientras la realidad quiere (parece que siempre), imitar la ficción que vemos en las películas y leemos en la literatura. No obstante, los creadores vienen realizando mayores esfuerzos creativos para encontrar formas de entregar contenido donde ambas dialoguen de manera renovada.
En este contexto, se entienden trabajos como El agente Topo que aparece como documental, pero que bien compite como un largometraje, a la par de cualquier otro, en lo que entendemos como ficcional. Por su parte, Cómo cazar un topo, fenómeno de ventas en el Reino Unido, gracias a su reciente traducción empieza a entrar en Hispanoamérica. Si bien aparece como una suerte de crónicas de jardinería, debido al tratamiento estilístico de su autor, se lee fácilmente como un libro de espiritualidad, de filosofía (en la corriente del pragmatismo, han señalado algunos), incluso como de poesía en prosa.

Marc Hamer, un perfecto desconocido para la mayoría de los lectores hispanos y latinos, nació en el norte de Inglaterra y actualmente reside en Gales. Ha tenido una vida construida como diseñada a priori desde la sabiduría que solo traen los años; pero no, es la vida de quien ha deseado ser coherente con sus ideas y sentimientos, y desde muy joven. A los dieciséis años, tras la muerte de su madre y después de ser echado de casa por su padre, Marc toma sus cosas y parte serenamente. Sin rumbo fijo, a la madrugada siguiente sale sin aspavientos que pudieran incomodar.
Parece que Marc lo que mejor sabía hacer era caminar a solas. Se dedicó a lo que todos debiéramos hacer como prueba de madurez, vagar premunidos de un par de monedas, ganas de vivir el día a día tal como se nos presenta en los diferentes escenarios de la caminata. Pueblos, playas, bosques, plazas y mercados son un buen lugar para apreciar la vida en todas sus formas. Cualquier rincón es un buen lugar para nacer, dormir, comer o morir, nos dice la escritura de Hamer, tributaria de aquellos años.

Quizás esta etapa vagabunda le dio el tono místico de un Diógenes de Sinope, que le permite quedarse quieto contemplando la naturaleza y hablar de ella con el asombro y amabilidad de los poetas lakistas (poetas ingleses de comienzos del siglo XIX, que huían de la civilización hacia las zonas de los lagos, para reencontrarse con la naturaleza y hoy conocidos como precursores del romanticismo literario). Animal silvestre, pero no salvaje, aprendió a diferenciar prados donde descansar, atajos entre los pueblos para conseguir comida en los mercados y, en particular, una cosmovisión de la naturaleza cercana al panteísmo (postura filosófica que propugna la unión de todo lo existente en único gran ser), así como una cierta y razonable desconfianza de la especie humana.

Según Plutarco, Alejandro Magno se presentó a Diógenes , que vivía en un barril, diciendo "Soy Alejandro, el rey", Diógenes le contestó: "Y yo soy Diógenes, el Cínico". "¿Puedo hacer algo por ti?", preguntó Alejandro, y el filósofo respondió: "Sí, puedes hacerme el favor de alejarte, porque con tu sombra me estás tapando el sol".
Devenido en trabajador ferroviario por un tiempo, logró reunir el dinero para estudiar Bellas Artes en Manchester, pero descubrió que no se le daba bien el dibujo, que sus manos dialogan mejor con la materia concreta que encuentra en los jardines, más que con el lápiz y el pincel. De ese modo, por años se dedicó a la jardinería y con ello a la caza de topos, tan comunes en el hemisferio norte, volcando su creatividad a escritos poéticos que le anteceden con cierto prestigio al éxito editorial del año pasado.
Cómo cazar un topo es un extraño espécimen literario. Mezcla de tratado de horticultura con crónica autobiográfica, podría leerse también como un tratado filosófico alejado de los vericuetos retóricos de la academia, que aborda el sentido de la vida y, eventualmente, su sinsentido en la sociedad contemporánea, donde se ha creado un ritmo de vida tan artificial que se dificulta enormemente el encuentro con el otro y con el misterio personal de cada uno. Años cazando topos y comparando las formas de exterminio, desde maneras cruentas que someten al animal a horas de agonía, hasta otras más eficientes que lo matan de modo instantáneo, llevaron a Hamer a negarse a seguir exterminándolos, porque como declara:
“matar puede resultar (aunque raramente lo es) un acto apacible y sereno. La violencia nunca lo es”.

Hay que indicar que los topos son una especie común en gran parte de Europa, pero aún bastante desconocida, misteriosa y quizás por ello con el encanto y la repulsión que nos provocan lo oculto. Animales subterráneos, de extraña anatomía, parecieran un mal engendro entre un marsupial y un roedor. De pelaje aterciopelado y unas descomunales uñas que les permiten cavar sus túneles, sus hábitos todavía son materia de estudios zoológicos. Se sabe que casi no ven con sus pequeñísimos ojos, porque prácticamente no lo necesitan bajo tierra habitando los corredores que construyen y además que no son muy dados a salir a la luz del día.
Los topos son seres solitarios, emigran pronto del nido materno para hacer su vida trabajando afanosamente en hacer y mantener sus oscuros espacios, entre galerías que pueden llegar a medir hasta los 50 metros. En ellas tienen zonas para comer, otras para almacenar comida, otras para dormir y otras para procrear y criar. Verdaderas unidades habitacionales con dependencias claras, de las que solo atisbamos los montículos de tierra que levantan en los jardines, parques y prados cuando los invaden. Su alta necesidad calórica les hace estar todo el día en búsqueda de provisiones que comen y/o almacenan. Salen para trabajar, proveerse y entran para seguir trabajando, sin relacionarse mayormente con los demás ¿nos va sonando parecido ese estilo de vida?

Quizás esta cualidad de andar por debajo de la superficie, de ver donde otros no ven, fue lo que llevó a Rómulo Aitken, el detective privado de la película de Alberdi, a la calificación de agente “topo”, al espía que es capaz de introducirse soterradamente en un espacio, aunque los topos no ven bien, no socializan y delatan su paso con sus túmulos. Malamente un topo podría ser un espía encubierto.
Entonces cabe preguntarse ¿Dónde está el verdadero topo en el documental? Quizás agazapado tras la cámara de Maite Alberdi, que se introduce en un asilo de ancianos, en una agencia de detectives, en una familia. Una cámara que se mete en una sociedad a veces muy oscura, de vidas solitarias, atomizadas, rutinarias, donde la productividad nunca puede parar; en un régimen que nos conduce cada vez más al aislamiento y a la soledad, como verdaderos topos que no somos capaces de ver más allá de nuestras propias cavernas.

¿En qué nos parecemos los humanos a los topos?, hace poco le preguntaron a Hamer:
“Los seres humanos trabajamos duro, al final estamos solos, nuestro mundo es reducido y nuestro trabajo puede ser monótono.”
Por su parte, Alberdi recientemente declaró: “Este año, después de tantas pérdidas, echamos un vistazo a nuestros adultos mayores nuevamente y entendimos que estaban viviendo en una pandemia antes de COVID, la pandemia de la soledad.”

Quizás estemos a tiempo de descubrir que la vida no puede ser solo trabajar para resistir y aislarnos en la peor de las oscuridades, la del que no quiere ver. A tiempo para apreciar nuevas formas de arte donde el documento vivo y la mirada estética se cruzan para generar una poética innovadora. Tal vez es momento de dejar las mezquinas soledades y crear la unión a través de las cotidianas acciones de cada uno porque, como indica el jardinero y experto en topos, Marc Hamer:
“esas pequeñas cosas se convierten en ritmos y ciclos que conforman una vida que puede ser hermosa. Todos estamos conectados en esos ciclos, entre nosotros y con los otros seres vivos con los que compartimos nuestro planeta.”
BONUS TRACK
Puedes seguir a Marc Hamer en su cuenta de Twitter e interactuar con él: @marchamerauthor
Artículo preparado para la revista de difusión literaria La Gata de Colette
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