Es un cliché, pero es cierto: no creo que uno escoja los proyectos artísticos, sino que estos lo escogen a uno para ser materializados. Quizás crear es una manera inconsciente de sobrevivir a las grandes preguntas. “Crear nos hace fuertes”, me dijo una vez Isidora Aguirre, la gran dramaturga chilena. Lo cierto es que la creatividad corre por senderos sinuosos, muchas veces en penumbra, donde la sensibilidad ante ciertos temas se activa y se expresa de manera inusual si uno le da permiso para hacer esa ruta. “La materia de los sueños” es un ejemplo de ello.

Era 1999 cuando dirigí un pequeño montaje de escuela, con el tema de las mujeres en la creación del inabarcable William Shakespeare, el fundador del pensamiento estético de la edad moderna, como se le ha llamado. Archivados quedaron monólogos de los distintos personajes, pequeñas digresiones compuestas, más que nada, para articular una unidad estética para aquella puesta en escena y muchas anotaciones acerca del mundo femenino en el universo shakesperano. Con los años y el estudio permanente, fue tomando forma un texto que podía ser, reconozcámoslo, cualquier cosa: un ensayo, crónica, poesía quizás y eventualmente dramaturgia.
Así las cosas, llegamos al año 2016 y se cumplían 400 años de la muerte de Shakespeare, en medio de las distintas polémicas acerca de la autoría de tan colosal obra, por la persona nacida y muerta en Stratfford-upon-Avon.
Gracias a una conversación cotidiana con Bruno Odar, uno de los actores y director escénico más respetado del Perú, acerca de un tema relacionado con las coincidencias, retomé el texto germinal, apuré el teclado y cobró forma “La materia de los sueños”, un texto que terminó abordando el tema la creación shakesperiana como modeladora del canon valórico sobre los que se constituyó la modernidad industrial y sociopolítica de Europa y del mundo occidental, de la que todos participamos hasta el día de hoy, de una manera u otra, querámoslo o no.

El texto parte de la premisa de que todos tenemos tan internalizados los valores de lls conflictos y personajes shakesperianos, por la socialización a la que hemos sido sometidos en occidente, que podemos ser leídos e interpelados desde sus textos: todos somos recortes ideológicos y/o emotivos de sus personajes, cuerpos colonizados (como diría Foucault), por los versos de sus obras. No somos más que fragmentos del mapa mental (en jerga de PNL), de quien haya sido el autor del más importante legado literario isabelino.
En este sentido, “La materia” intenta mostrar que muchas problemáticas sociales que nos afectan como comunidades, territorios o países occidentales en crisis, tienen su origen en la internalización de una ética y una estética que no se cuestiona, que se naturaliza a tal punto que olvidamos que son solo materia de los sueños (como indica Shakespeare, en “La Tempestad”), construcción de la mente humana, de una cultura específica, y que por lo tanto puede y debe cambiarse si queremos nuevos paradigmas.

Basado en el dato histórico de que en el teatro Isabelino, los personajes femeninos debían ser interpretados por hombres de alta experticia, el montaje obliga al actor a desdoblarse constantemente entre su identidad, la de estos personajes y la del fantasma o sombra del actor ideal que debía realizarlos por aquella época.
Hay que reconocer que gracias a la magistral interpretación de Bruno, “La Materia” se transformó en un espectáculo unipersonal, estrenado en Lima y vuelto a poner en escena en los más importantes teatros del Perú. En esta puesta en escena, aborda las complejidades del texto con una inteligencia escénica propia de los maestros de teatro, como lo reconocen varias generaciones de sus ex alumnos (él dirige su propia academia de formación actoral). Así, el viaje interpretativo de Bruno, traspasa edades, géneros, rangos sociales, estilos de interpretación (desde un formalismo neoclásico hasta un realismo stanislavskiano), y momentos en los que oscila entre lo biográfico y la ficción pura.

De este modo, el espectáculo, con múltiples identidades femeninas sobre el peso de una corporalidad y siquis totalmente masculina viaja por la mente de un autor que nos legó grandes obras y también arquetipos de mujeres fuertes, pero por cuya fortaleza deben pagar con soledad, destierro, violación, tortura, femicidio y/o suicidio. ¿Es necesario este estigma sexista para que los sueños de una sociedad se hagan materia? ¿Cuánto más debe suceder para comenzar a soñar de otra forma? En fin, preguntas que ocultan un sueño que ojalá tenga materia social, cultural y política para alcanzarlo.
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