La política, en su esencia más pura, no solo es la arena donde se confrontan ideas y propuestas para mejorar nuestra sociedad; es también el espacio donde el lenguaje tiene un impacto directo en las percepciones, actitudes y, en última instancia, en la cohesión social. Lo digo porque en mi vida profesional (tanto como asesor en temas de Liderazgo, Vocería y Manejo de crisis con Programación Neurolingüística y como ex-docente del Instituto de Asuntos Públicos (INAP) de la Universidad de Chile, entre tantas actividades), he tenido el privilegio de explorar la complejidad de la comunicación humana y la influencia de nuestras palabras en los espacios de poder.
Desde mi experiencia, he podido observar cómo los conceptos y estrategias de comunicación pueden construir puentes entre personas y proyectos, pero también cómo, si no se manejan con cuidado, pueden alimentar un ambiente de polarización y conflicto y llegar a destruir lazos humanos que se creían imbatibles. En este contexto, quiero invitar a la reflexión sobre el uso responsable del lenguaje en política, una disciplina donde nuestras palabras tienen el poder de crear unidad o fomentar divisiones.
La Ética del Diálogo y el Poder del Lenguaje en Política
La política exige una ética comunicacional que se traduce en cautela y respeto al referirnos a otros, especialmente en tiempos de alta competencia electoral. La Programación Neurolingüística (PNL) nos enseña que las palabras son anclas que impactan en el inconsciente colectivo y generan realidades, para bien o para mal. Cuando un líder político o un funcionario público validado por su profesión emite una opinión, esa opinión se convierte rápidamente en un marco interpretativo para la audiencia, más aún cuando esa audiencia está empobrecida de capacidad analítica. De ahí la importancia de cuidar que cada palabra tenga como meta final el beneficio común, en lugar de alimentar desconfianzas o acusaciones que solo debilitan el tejido social.
Este compromiso ético se vuelve aún más relevante en el ámbito público y político, donde cada palabra o gesto de los actores principales puede inclinar la percepción ciudadana hacia el respeto o hacia el desprestigio. Cuando un funcionario público, como representante de una entidad, opina públicamente sobre otros actores políticos, sus palabras no pueden ser tomadas a la ligera, ya que las instituciones en Chile, como en cualquier democracia, están llamadas a ser neutras y constructivas, respetando el derecho de todos a participar sin temores ni prejuicios.
Probidad y Neutralidad: Fundamentos del Servicio Público en Chile
En el ámbito de la función pública, la probidad y la neutralidad no son meros conceptos teóricos; son principios esenciales que se encuentran protegidos por la Ley Nº 18.575, la Ley de Bases Generales de la Administración del Estado, que demanda de los funcionarios un actuar con imparcialidad y transparencia.
En Chile, y particularmente en contextos electorales, los funcionarios tienen el deber de actuar como agentes de cohesión, no de conflicto. Esto significa que, en su rol de líderes y representantes de una entidad, sus declaraciones deben ser cuidadosas y respetuosas, a fin de no generar juicios de valor que polaricen o demeriten a otros actores. Hacer lo contrario es jugar con fuego y después no se quejen si salen rostizados. La responsabilidad de nuestras palabras en política tiene límites jurídicos.
Recuerdo en mis años como docente, al enseñar a futuros administradores públicos, comisarios, o servidores de diversas SEREMIs recalcar que el concepto de "probidad" no es solo evitar la corrupción o la infracción a la norma. Es, sobre todo, un llamado a actuar de forma impecable en cada expresión, decisión y acto.
Un líder de opinión en una comunidad, ya sea por su puesto, prestigio o poder, que desde sus funciones en el aparato público ataca o cuestiona las motivaciones de sus oponentes sin pruebas concretas no solo incumple el deber de probidad, sino que también se arriesga a debilitar la confianza pública en las instituciones, afectando su propio legado.
Marketing Político y el Respeto a la Voluntad Popular
El marketing político, particularmente el famoso Neuro Marketing, nos muestra cómo el lenguaje puede movilizar emociones profundas, influyendo en la percepción pública y, en consecuencia, en los resultados de una elección. Sin embargo, hay una diferencia esencial entre un mensaje persuasivo y un mensaje que, intencional o veladamente, socava la dignidad o la capacidad de otros.
En tiempos donde los procesos democráticos demandan transparencia, las estrategias de comunicación política deben estar al servicio de una competencia sana y leal. La búsqueda de votos o de justificaciones de una derrota no ameritan comentarios que busquen posicionar la desconfianza sobre la competencia de otros candidatos, mucho menos cuando esos dichos provienen de actores que ejercen roles de autoridad en la administración pública.
Como consultor, he observado cómo ciertos mensajes pueden sembrar una imagen de “ellos contra nosotros” en la mente de los votantes, lo que termina dividiendo a la ciudadanía y cerrando puertas al diálogo. Este tipo de lenguaje, aunque efectivo en el corto plazo, tiende a erosionar la legitimidad y los puentes que se necesitan para construir una sociedad colaborativa.
Una Invitación a Reflexionar sobre Nuestras Palabras
La política, y lo he experimentado de primera mano, se convierte en una herramienta de servicio a la sociedad solo cuando cada palabra y cada acción están dirigidas al bienestar de la comunidad, y no a ganar una ventaja personal o partidista. La probidad, la neutralidad y el respeto son los pilares de una democracia fuerte y saludable. Cada vez que tomamos la palabra, tenemos la oportunidad de construir o destruir, de unir o de dividir.
Este es un llamado a todos los actores del ámbito público y político, a recordar que nuestras palabras tienen el potencial de ser constructivas o destructivas. En la medida en que hablemos con respeto, sin menospreciar o descalificar a los otros, estaremos cultivando un espacio político sano y equitativo donde TODOS, POR FAVOR, SÍ, TODOS se sientan representados. La democracia se fortalece con la competencia y el debate de ideas, no con el descrédito de las personas.
Confiemos en que las palabras prudentes y responsables siempre serán una herramienta de transformación positiva. Al final del día, nuestros actos y nuestras palabras son el reflejo de quiénes somos y de lo que queremos construir para el futuro. Que ese futuro esté lleno de unidad, respeto y colaboración, y que el lenguaje que elijamos siempre busque sumar, no restar.
BONUS TRACK
"Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio". Interesante artículo de Roberto García Alonso, de la Universidad Autónoma de Madrid. Puedes descargarlo ACÁ.
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