En más de una ocasión, la vida nos enfrenta a momentos que nos desafían en lo más profundo de nuestros principios y valores. Hoy quiero compartirles una experiencia que me dejó pensando en la importancia de la justicia, la responsabilidad y la honestidad como pilares fundamentales de la ética ciudadana.
Recientemente, mientras viajaba en colectivo, escuché una conversación que me puso frente a una encrucijada moral. Tres personas discutían acaloradamente sobre la gestión del nuevo alcalde de mi comuna. Sus críticas eran severas: acusaban una pésima planificación del verano, la ausencia de actividades recreativas y culturales, y una aparente falta de compromiso por parte de la autoridad. Las palabras iban y venían con un tono de juicio lapidario.

En otras circunstancias, tal vez habría coincidido con algunas de esas opiniones, porque reconozco que históricamente he tenido un marcado rechazo hacia sectores políticos específicos. Pero esta vez, yo sabía algo que me impedía unirme al coro de críticas: la administración anterior dejó un reguero de irregularidades administrativas sobre cuyo escandaloso monto se pronunció la Contraloría General de la República y los antecedentes, tengo entendido, ahora se encuentra en manos del Ministerio Público. Con todo esto, la actual administración municipal prácticamente está bajo la lupa de la Fiscalía y prácticamente maniatada para actuar, ya que todos los procesos de Control Interno, de por sí ya engorrosos, pero en pro de la transparencia y probidad, han de ser más rigurosos que nunca.

A lo anterior agreguemos (para mi pesar como agente cultural), el espantoso estado en que la anterior administración dejó el flamante Teatro Municipal. A menos de un año desde su inauguración, prácticamente lo dejaron inhabilitado para un uso profesional de alto nivel como fue pensado. (ver reportaje en ZONA CERO, Periódico de la comuna, nº 754), el gasto municipal ascenderá en varios millones para su reparación, al que se suma la restauración y mantención de la Biblioteca Municipal, edificio merecedor de premios de arquitectura internacionales, pero prácticamente abandonada en la administración anterior, lo que dejó expuesto a goteras el maravilloso fondo editorial con el que cuenta.
Ni hablar de la urgente mantención del edificio de la Corporación Cultural, así como del estado de deudas por despidos injustificados, de la situación en que quedó el deporte local y de un largo etcétera que nos lleva a preguntarnos honestamente ¿Sabe la ciudadanía todo esto antes de lanzar piedras desde la comodidad de su espacio privado? Quizás ahí sí hay un error comunicacional del que esta administración debe hacerse responsable. Todos siempre merecemos las explicaciones que se ameritan para tomar decisiones y emitir juicios con información.

En el colectivo callé. Hago mi Mea culpa, guardé silencio cuando tal vez debí hablar. ¿Por qué? Porque me superó el interés por escuchar hasta dónde escalaba el análisis de carboneros que se emitía, porque no tenía ganas de enfrascarme en dar datos que podrían perjudicar un sector político por el que me he sentido más proclive. Pero ahora, al reflexionar, me encuentro frente a una de las peores emociones: el remordimiento. No porque haya tenido que defender a un alcalde de una postura política contraria, sino porque, como ciudadano, no hice lo que considero justo.
Esta experiencia me lleva a plantear una pregunta esencial para no convertirnos en los temibles cómplices pasivos de la banalidad del mal.
¿cuál es nuestro deber ético como ciudadanos?
La respuesta, creo, se encuentra en algunos principios básicos:
1. Buscar la verdad por encima de los prejuicios. Es fácil caer en narrativas cómodas que refuercen nuestras creencias. Pero la verdad, aunque incómoda, siempre debe ser la prioridad. Si el dueño de una “radioemisora” recaudó millones a expensas de la confianza pública y de la mala gestión, debe enfrentar los dictámenes de la Contraloría y no levantar cortinas de humo con acciones que lo único que hacen es perjudicar la comuna.
2. Actuar con justicia. No se trata de defender personas o partidos, sino de reconocer cuándo un juicio es injusto y decirlo, incluso si va en contra de nuestras preferencias e intereses personales. La ecuanimidad en tiempos del bulo es casi un don espiritual que no debemos cesar de invocar.
3. Asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos informados. El silencio, en muchos casos, nos hace cómplices de la desinformación y la injusticia. Hablar, desde el respeto y el conocimiento, es parte de nuestro rol en la sociedad. Si no hay un verano recreativo como a todos nos gustaría es responsabilidad directa del equipo saliente. Se sabía que si ganaban podría continuar su show del despilfarro, “bicicleteando” gastos cuatro años más; pero, si perdía sabía que dejaría de brazos cruzados a quien le sucediera.
4. Reconocer los errores del “nuestro sector”.La ética no se mide por la ideología, sino por la coherencia y la capacidad de aceptar que quienes consideramos “de los nuestros” también se equivocan y hasta de un modo a veces imperdonable. Tantas veces entre los nuestros “del sector que considero nuestro”, encontramos delincuentes, violadores, pedófilos, corruptos e incluso asesinos en la peor caterva de lo humano.
En tiempos donde las diferencias políticas dividen más de lo que unen, debemos recordar que la verdadera nobleza no radica en defender posiciones, sino en actuar conforme a lo que es correcto y a los intereses superiores comunes que nos unen. Ser ciudadanos éticos implica no callar ante la injusticia, pero también ser capaces de asumir la complejidad de la verdad y reconocerla, sin importar de dónde venga.
Al respecto, nadie que me conozca bien puede decir que soy un tipo de derecha. Es más, quienes me conocen mejor saben que no soy un tipo ni de izquierda ni de derecha, en el sentido corriente que se les da a estas expresiones. A estas alturas de mi vida me declaro apartidista y tengo la peor de las impresiones de los partidos políticos y de los populismos personalistas. Por lo mismo, más que nunca de acuerdo al contexto internacional en que estamos, "nobleza obliga" admitir que si de verdad alguien está por la búsqueda del bien superior de la comunidad debe abandonar toda mezquindad partidista, populista o revanchista. Si de verdad te interesa tu comunidad, infórmate e informa con veracidad.
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