"Si le hablas a Dios, es oración.
Pero si Dios te habla, es esquizofrenia”
Thomas Istvan Szasz
Desde siempre, los años pasan imperturbables. De vez en cuando miramos atrás y aparecen los milagros del arte. Entre ellos no deja de asombrarnos la profundidad de la creación de un dramaturgo que, parafraseando a Rimbaud, sentó a la psiquiatría en sus piernas y la encontró amarga.
Peter Shaffer, escritor de teatro, académico y guionista (1926-2016), debido al triunfo en el cine que tuvieron sus obras, fue el escritor de teatro inglés de mayor éxito económico en la segunda mitad del siglo XX, lo que le dificultó la aprobación de la crítica, de la academia y de sus pares: “Salieris” hay en todas partes. Quizás por ello pudo retratar tan bien la envidia y la mediocridad en el rostro del rival de Mozart, en “Amadeus”, texto de 1979 llevado al cine por Milos Forman en 1984 y merecedor de tantos premios.
Él es el genio detrás del otro texto poco conocido en el mundo hispano, quizás debido a problemas que tuvo con la censura de la España franquista: La caza real del sol (1964). Una obra de dimensiones operáticas que recrea la conquista del Perú en manos de Francisco Pizarro y cuestiona el catolicismo como forma de poder avasalladora, que fue llevada al cine en 1969.
Pero, donde su crítica a la religión alcanza la cima, es en un texto clave de la dramaturgia contemporánea, tanto por la forma escénica que le dio con las acotaciones (indicaciones puestas por un autor al margen de los parlamentos de los personajes que le dan una forma muy particular), como por su tema: Equus, de 1973, que pone en el banquillo de los acusados a la religión, junto a la familia, la ley, la psiquiatría, e incluso el teatro, como abusivos métodos de poder, del que aún no logran salir, mientras no se hagan responsables de ser formas de domesticación de las personas.
Con solo una noticia Shaffer comenzó el trabajo de estudio y creación de Equus, un texto más íntimo que Amadeus y La real caza del sol: en unas caballerizas de una pequeña ciudad, un joven de 17 años, con un objeto cortopunzante había cegado a seis caballos. Con este escueto dato de la prensa policial y sin saber mayores detalles del hecho real, Shaffer levanta un drama en el que un adolescente, al que bautiza como Alan Strang, de acuerdo al sistema judicial va a dar a la consulta de un psiquiatra infanto-juvenil, el Dr. Martin Dysart, que intentará dilucidar la identidad y las motivaciones que llevan a un menor de edad a cometer semejante acción.
La estructura dramática recoge elementos del thriller policial para ir exponiendo al lector o público, tanto el móvil que tuvo el joven, así como la lucha contra sus demonios personales y profesionales que sostiene el experto en salud mental: “Llevo toda la vida atrofiándome y la culpa es mía. Me conformo con ser un provinciano culpando a mi eterna timidez, con darme ínfulas para meterme en todo.”
Se alternan diálogos y monólogos, en una secuencia de escenas sin estricto orden temporal, que comienza con un gran soliloquio directo a público hecho por el Dr. Dysart, sobre el que se sostiene el gran racconto que sustenta la trama.
En la versión cinematográfica, interpretar estos textos le valió la nominación al Oscar como mejor actor principal a Richard Burton: “¿Es posible que, en ciertos momentos, un caballo pueda sumar todo su dolor, los tirones y sacudidas que forman su vida diaria, para convertirlos en una profunda pena? ¿De qué le vale la pena a un caballo? ¿Lo ven? Estoy perdido. ¿De qué le sirven estas preguntas a un psiquiatra estresado de un hospital de provincia?”.
Rompiendo la cuarta pared del teatro, el personaje del especialista nos va mostrando el camino hecho para ganarse la confianza de un muchacho de apariencia delicada, hijo único de un matrimonio modesto, conformado por Frank y Dora, un padre autoritario, ausente, pero proveedor y una madre demasiado religiosa: “si conociese a Dios también conocería al Diablo. El Diablo no aparece diciendo mamá o papá. El Diablo está ahí. Aunque es una palabra en desuso, es algo que existe”.
Los traumas generados por el crecimiento en un hogar con esas figuras parentales han perfilado un adolescente introvertido, por decir lo menos. Shaffer nos irá descubriendo el soterrado dolor que esconde un joven que aparece cantando jingles publicitarios para ocultar la obsesión que le atormenta. Alan ha construido un secreto credo religioso donde se funden elementos devocionales, los caballos y sus propios impulsos sexuales reprimidos y sublimados.
El muchacho ha erigido en su conciencia una divinidad privada, a la que adorar y con la que se comunica directamente en ritos litúrgicos, donde los elementos más culpógenos del cristianismo y la pulsión sexual de su pubertad se mezclan para oir, obedecer y alabar a un dios particular, “Equus”, que se manifiesta en la presencia de los caballos. Esta íntima teología personal choca estrepitósamente con la realidad cuando Alan debe enfrentar el asedio erótico de Jill, la atractiva compañera de trabajo en el establo: “Equus” es un dios celoso que exige entrega y pureza total de alma y de cuerpo.
Los análisis del texto son variados y se intersectan. Podría leerse a la luz de los tópicos de las teorías del control social, como las de Travis Hirschi, o de la biopolítica como mecanismo de regulación del poder (Michael Foucault), en las que la religión, el ordenamiento juirídico, la definición de lo legal/normal, la educación, el rol de la psiquiatría, son elementos claves para regular la sociedad.
De otra parte, se puede revisar desde una perspectiva más estructural como una obra de tesis, en la cual la organización de los elementos significativos (los personajes, desarrollo dramático, conflictos, recursos estilísticos, etc.), apuntan a desplegar una teoría acerca de la medicina siquiátrica desde la perspectiva de la corriente de de la “Antipsiquiatría”, que pone en cuestionamiento el estatuto epistemológico de la psiquiatría como ciencia, como terapia y como medio para alcanzar la realización personal: “si algo sé es que ese muchacho ha sentido una pasión más fuerte que yo en toda mi vida… no sabes cómo le envidio…”, nos confiesa un apesadumbrado Dr. Dysart.
También, en una perspectiva filosófica, se puede hacer un análisis de Equus con una mirada desde la Ética, en tanto disciplina que examina los valores que articulan la identidad sociocultural de un colectivo a la que las personas debieran adherir del mejor modo posible. Al respecto, Shaffer sabe poner muy bien en escena el conflicto entre lo apolíneo y lo dionisíaco, una dicotomía recurrente en los estudios filosóficos y literarios, que recoge componentes de la mitología de la Antigua Grecia, poniendo a los dioses Apolo y Dioniso, hijos de Zeus, como rivales. Apolo es el dios del sol, y representa la razón y el orden, que se rige por la lógica, la mesura y la pureza. En cambio, Dioniso es el dios de lo instintivo y lo emocional que se canaliza a través del vino, el baile y el desenfreno (es el dios del teatro). La pugna entre ambos es sin tregua en la crispada conciencia del médico aficionado a la cultura helénica:
¿Entendemos que la obra nos instala ante un conflicto ético, donde el “malo”, el delincuente, el joven inadaptado nos identifica en la medida que lo vamos conociendo y el “bueno” o los buenos (la madre, el padre y el siquiatra nos resultan seres repulsivos, atrapados en sus infiernos particulares de pequeños burgueses)? Alan ha cometido un acto abominable ¿Pero contra quién? ¿Contra la sociedad, la propiedad privada, los animales y/o nuestro sistema de creencias? El adolescente desequilibrado, que sufre por haber introyectado los discursos religiosos de la madre y la represión castigadora de un padre, ¿Contra quien atenta en ese sangriento acto ritual? ¿Contra los caballos a su cargo o contra el dios implacable que tuvo que construirse para paliar su soledad y, con ello, en contra de sí mismo?
Agobiado, Alan ciega unos caballos en una sanguinaria liturgia y nos abre los ojos ante el proceso de domesticación que nos han impuesto. Un muchacho desnudo se arroja premunido solo con una hoz en contra de lo que ama, mientras un siquiatra acepta las bridas, anteojeras, frenos de hierro en la mandíbula, fustas y espuelas con las que empuja el carro de la “normalidad”, esa condición que requiere el diagnóstico siquiátrico como aval del contrato social (Rousseau), que sacrifica lo personal en el altar del bien común y donde no cabe la sensibilidad de lo que sea muy distinto a la media.
“Mi misión en la vida ha sido hacer elaboradas piezas de teatro”, declaró Shaffer alguna vez y vaya que lo hizo. Las sutilezas en el texto de Equus, van desde hacer guiños al “Mito de la enfermedad mental” de Thomas Istvan Szasz (texto angular en la corriente de la Antipsiquiatría), a lograr por medio de la relación dialéctica entre el Dr. Dysart y Alan, modelar una verdadera teosofía para el mundo laico en que vivimos:
- Hay un mar precioso que adoro, donde los dioses solían bañarse.
- ¿Qué dioses?
- Los antiguos, antes de morirse.
- Los dioses nunca mueren.
- Créeme, sí lo hacen.
Para mayor claridad del cuestionamiento religiosos debemos detenernos en una mención muy al pasar, pero clave, del Libro de Job (específicamente a Job 39, 19-25). Clasificado como uno de los Libros de la Sabiduría del Antiguo Testamento, es el más “existencialista” de todos ellos. En él, se retratan las desventuras de un hombre fiel a Dios, pero que es dejado en la total desgracia. Abandonado por Yahvé, Job es el epítome de la pregunta por el sufrimiento del justo, del inocente.
"¿Diste bravura al caballo? Engalanaste de crines su cuello?".La cita, puesta en boca de Dora, la madre, nos hace ver en la oscuridad de la tragedia, que Alan es el Job posmoderno, abandonado a su suerte, enjuiciado por su familia y la sociedad; es el hombre ingenuo que cree que hay un dios que le protege, lo observa, le exige… pero lo abandona. Ese chico desvalido y solitario nos interpela inventándose un sentido para la vida, la misma que parece no tenerlo más allá del que cada uno le otorgue, y que debe adaptarse a lo que se considera “normal”:“Sin amigos que le cuenten un chiste o que le hagan conocerse mejor. Sólo conoce la música de la publicidad y las historias de su triste madre. Es un ciudadano para el que la sociedad no existe. Vive una hora cada tres semanas aullando en un descampado”
Alan es el proscrito por la religión, la ley, la siquiatría bajo sus respectivas etiquetas de hereje, delincuente y loco. Por su parte, el Dr. Dysart será quien nos enseñe después de su propia búsqueda de sentido que: "La vida sólo es comprensible mediante miles de dioses locales… de ciertos árboles, de ciertos relieves de un muro, de ciertas tiendas de comida, por poner un ejemplo… los tejados de pizarra, las expresiones y hasta la forma de andar de la gente. Les diría: "Adoren lo que ven y descubrirán más cosas".
Con sutileza Shaffer nos pone en el diván. Nos va susurrando sus parlamentos hasta entrar en un trance terapéutico: “Sin algo que adorar, te atrofias” y vemos claramente que si adoramos a Equus, o a Dioniso o Apolo; o si en el altar de nuestras horas ponemos la Biblia, o así seamos los monaguillos de cualquier becerro de oro publicitario, clínico o jurídico, o los sacerdotes de cualquier valor sacralizado y por tanto intocable, da un poco lo mismo, porque sea cual sea el dios al que adoremos nos exigirá encarnar el grito desquiciado en La Noche Oscura del Alma, como diría Juan de la Cruz, de este pequeño Job de las caballerizas: "¡Eres mío, soy tuyo y eres mío!”.
BONUS TRACK
Si llegaste hasta acá, de seguro querrás ver la película On Line: AQUÍ
Si quieres ver "La caza real del sol", encuentras una copia en Youtube y acá el enlace:
Artículo escrito para la revista de divulgación literaria La Gata de Colette
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