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En el Principio era el carnero


Los animales siempre han estado presente en la historia de la dramaturgia occidental. Discretamente, con la modestia que solo ellos saben dar a sus pisadas cuando quieren pasar inadvertidos, han desfilado desde el origen del teatro hasta nuestros días.


De manera directa, evocada, o como metáfora de la siempre precaria condición humana, los autores de teatro se han encargado cada tanto de meterlos a escena; quizás porque perciben que en el mundo animal late un gran verdad que al antropocéntrico sentimiento del ego humano le cuesta aceptar:


A pesar de toda la evidencia científica que nos puedan poner por delante, no aceptamos que somos prisioneros irredentos de la finitud inherente a todos los seres vivos, como toda criatura del reino animal al que pertenecemos.

Dioniso (o Baco, en la cultura latina), dios padre del teatro, sensual y sibarita como lo representa Caravaggio
Dioniso (o Baco, en la cultura latina), dios padre del teatro, sensual y sibarita como lo representa Caravaggio

Es esta conciencia de extrema precariedad la que llevó a los antiguos griegos a buscar en los misterios de la noche y de los ciclos solares alguna explicación para los avatares del destino. Creyeron que detrás del derrame de celestiales luces nocturnas se escondían presencias a las que había que aplacar con sacrificios. Le llamaron divinidades, les dieron aspecto humano o zoomorfo y les asignaron un rol en el escenario social, la religión, aquello por lo cual realizaban una especie de trueque con una sagrada presencia que les entregaba normas de conducta, sentido de vida, fortuna en la guerra y eventual bonanza climática tan necesaria para una geografía de rocoso archipiélago.


Las cabras desde siempre han acompañado la cultura y sociedad griega

Normalmente a cambio de ofrendas con las cuales mantener las venerables panzas y costumbres de los emisarios de lo divino, entre el canturreo de ditirambos y orgiásticas libaciones, los antiguos griegos ofrecían algo realmente valioso para ellos en la religiosa transacción (con los dioses nunca se sabe y hay que asegurarse en el agasajo).


Quien lo pasaba mal, muy mal, en este intercambio sagrado era una de las posesiones más queridas para un granjero helénico: un carnero, ojalá el más imponente, que era entregado como buen precio por algo de tranquilidad o esperanza en algún altar (que siempre han sido bien administrados por los clérigos de turno). De este sacrificio del macho cabrío, (τράγοςen la palabra griega original) surgió la tragedia, la de la escena teatral, no la de animales que siempre van felices por ahí mientras no se les aparezca un humano ni la de estos, porque esa ha existido siempre.


Sí, todo el arte teatral que conocemos tuvo su origen en torno a un rito bien regado por buenos mostos, en el cual la manada de cabras perdía un macho semental ante el altar del siempre sediento y etílico Dionisio.


No aceptamos que somos prisioneros irredentos de la finitud inherente a todos los seres vivos

Luego, avanzando un poco la historia y cuando las expresivas manifestaciones de fervor religioso en torno al dios de las vendimias hubieron de ser morigeradas por leyes, que dieran un manto de buenas costumbres a las incursiones a los viñedos de los jovencitos y jovencitas helénicas. Así, el teatro se constituyó en uno de los medios oficiales para regular la educación social colectiva, a través de los grandes festivales del Siglo de Oro griego del que nos han llegado noticias hasta el día de hoy.


De rito religioso a espectáculo pedagógico,  de bacanal a festival, de acto público a  emprendimiento privado, de lo sagrado a lo profano como diría Mircea Eliade. Hoy pareciera que el teatro  está haciendo el viaje de lo necesario a lo prescindible, porque todo aquello que no tiene una misión tutelar en el centro de la polis, y se queda en el rito espectacular pero vacío,  aunque tenga bellos machos cabríos, esta destinado a ser entretención y no una profunda "re-creación" del sentido de la vida.




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