Un devenir cansino por “El paisaje de la Boca”, de Rodrigo Peralta
Hablar de poesía puede ser un acto tan etéreo como ideológicamente comprometido, hablan de poesía los lectores de poesía, los poetas y sobre todo es la poesía la que se habla a sí misma a través de la herida constante que es la boca, donde habita prisionera ese artefacto indómito que es la lengua, no tanto la muscular como la siempre traicionera forma de representar un mundo con palabras.
Hablar de poesía es un lujo bizantino en estos tiempos en que hemos normalizado imágenes que parecen provenir desde lo más bestial que se esconde tras algunas palabras como dios, patria, justicia, seguridad, estado. Hablar de poesía es como hablar del aire en el aire, como una suerte de ejercicio de práctica de un equilibrista que solo tiene el vacío como espacio seguro. En este sentido hablar de poesía es hablar de lo que nos falta, de lo que se nos fue o que nunca llegó, hablar de poesía es entrar en el reino de lo que nos sostiene a pesar de que no lo vemos, es hablar de la utopía, de un espacio donde el futuro se hace presente a fuerza de invocar un pasado que no sabemos si existió.
Los poemas de Rodrigo Peralta (El paisaje de la boca, Mago Editores 2023), son un soliloquio impenitente del espejo de la nostalgia. Tienen la resina del tópico literario UBI SUNT, procedente de la expresión latina Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere? ("¿Dónde están quienes vivieron antes que nosotros?"), utilizado en la literatura clásica romana y que llega a la literatura occidental contemporánea reflejando una filosofía de vida que la concibe como un tránsito hacia la muerte, son estructuras de ecos y sombras que nos llevan a escuchar y ver pasar los días y mirar los días pasados hermanándose con la melancolía:
Cerca del río, pasado el puente, una vieja casa
tiene puesto un cartel que dice "Se Vende".
Los vidrios de las ventanas están rotos
en su interior hay un patio,
en el patio un pozo de agua estancada,
bebedero de animales y pájaros ocupas
que dialogan con la muerte.
(Bajo los árboles)
La poesía de Rodrigo evoca una poética a la que no queremos asomarnos, pero que está entre nosotros inexorablemente. Es la semiótica del descalabro, de la generación derrotada. Es el hálito hastiado de los viejos poetas románticos lakistas de fines del siglo 18 y principio del 19, que desdeñan las comodidades del supuesto avance de la revolución industrial de la Inglaterra de entonces. Como ellos, que huyen a los lagos, a los páramos a escarbar en las antiguallas de viejos castillos medievales, para encontrar sentido a una generación que se quedaba sin dioses en aras de la ilustrada modernidad que nos traería justicia, igualdad y fraternidad, los textos de Rodrigo Peralta nos invitan a buscar nuestras propias fortificaciones mohosas:
Me dijiste tantas cosas en el patio del liceo.
Nos besamos a escondidas y escribimos los hallazgos
de aquellos libros centenarios de la vieja biblioteca.
Nos podrían haber quemado a fuego lento,
pero fuimos las locas del patio con bototos y cabellos desteñidos
y nos ganamos todos los premios,
siendo nosotros mismos,
los maricas de la década,
los rebeldes con buenas calificaciones
conversadores eternos de dioses y existencias
y de lo que seríamos en décadas futuras.
(Originario sin trayectoria)
No obstante, no es el romanticismo decimonónico distante y hasta aristocrático el que se cuela por su escritura. Todo lo contrario, sus versos que transitan por aquel romanticismo que renegaba de la revolución industrial, como el de Lord Byron y Schiller, es un romanticismo que rescata la rabia de los beatnik en los 50, el distanciamiento de los hippies de los 60 y el desencanto de los punk en los 70. Pero como es propio del movimiento romántico, o quizás de toda la poesía, hay un retorno a lo que sepa a original, al aroma del paraíso perdido, a fogón ancestral. Con esta perspectiva, su poética también puede ser leída a luz de larismo austral que, cual movimiento tectónico en las letras chilenas, tuvo su epicentro en los versos de Jorge Teillier. Algo de esos fantasmas, de sus borrachos, gorriones y puebleríos resuena en versos como:
Una canción de día domingo
suena en este vinilo muy bien cuidado. Mi Padre y mi Madre
en el viejo caserón de la infancia.
Yo, mi hermano y el jardín: domingo blindado.
La abuela en la cocina. El Padre preparando la vaina.
La Madre peinando a los hijos. La ciudad escondida. La tregua
del silencio.
Todos los roles correctamente ejecutados a plena luz.
"Se diría años después".
(Dejar de respirar)
Literariamente Rodrigo Peralta intersecta los límites clásicos de la lírica con los de la narrativa y, por qué no, con la dramaturgia, de la que es deudor por su formación como actor. Hay poemas suyos que son una verdadera puesta en escena donde confluyen narración, guion y poesía disruptiva:
Donoso tampoco resistió la condena y se hizo a la viga y al vacío.
Lo tuvimos que despedir con un puto ave maría
siendo que a él le hubiese gustado un The Cure o un Clash.
Pero así lo determinó su familia. El Donoso no se salvó a sí mismo
lo intentaron salvar con ese cántico cristiano.
Se me apareció en el sueño.
El río corría hacia la cordillera.
Temí que se lanzara al caudal
pero dijo -tranquilo, parto solo, que te vaya bien. Te quiero-
Se cansó
porque cada cual no se salva a sí mismo
dio señales por años
probó con pastillas y excesos.
Se fue quedando solo
(Articulación de la pereza)
También en el nivel estilístico, encontramos, en un proceso consciente o inconsciente en el autor, una economía de palabras que por su escasez nos evocan los haikús japoneses, donde el trazo seguro de algunos pocos signos, nos enfrenta al infinito:
Sobre una mesa
Una taza de agua caliente.
Es la hora del té.
Del programa radial.
La única compañía de la tarde.
Afuera el viejo nogal y el viento y el diálogo entre las cosas con la textura de la luz que cae sombreando cierta parte de la cara…
(Sobre una mesa)
Pero a su vez, la poética de Rodrigo se regodea con palabras totémicas para invocar la ausencia, tales como: memoria, escondites, reflejos, eco, dibujo en el espacio, que parecen poblar el paisaje de la boca del poeta de la fragilidad y precariedad etérea que mencionamos al comienzo. Sobre sus versos se posa una delicada niebla que se posa sobra unos labios donde el concepto pétreo, su palabra y la idea maciza que esconden, quedaran desnudas, craqueladas y vacías como lo es quizás, toda la condición humana:
La memoria tiene sus escondites.
También sus reflejos y anotaciones.
El dibujo en el espacio es un eco, un vocablo lúcido
cuando la primera lluvia
entumece la carne y vigoriza la convicción.
Alpiste para el animal.
Carroña para los ángeles azules.
(Desistan de mí)
Sobre la base de un gran collage de estilos, influencias y temas, que muy bien capta el artista que hizo la portada, estamos ante una poesía cinematográfica, hecha de retazos de una escenografía donde fluyen los elementos modernos y posmodernos que nos muestran que el tecnicolor tarde o temprano se vuelve sepia. Son versos de un cuerpo disociado, deforme, el espejo trizado donde un cuerpo social guarda silencio, cierra la boca y se reconoce imbunche del subdesarrollo, a pesar de los alardes de primer mundo con los que muchos se llenan la boca:
Llegar con la boca tibia con el pensamiento aún atragantado
Guardar silencio en la periferia de la boca.
Sentir los latidos del viento.
Una ventana mal cerrada en la misma vieja casa de gatos y sombras.
Una foto familiar escondida en un rincón de escasa luz.
Nunca se ha movido de ahí.
Ni la pereza de los años se ha sometido al interrogatorio del tiempo.
Huele a piso encerado.
A cocina de abuela y niños jugando.
(Ventana mal cerrada)
Bonus Track:
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