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Detrás del poderoso detalle de un beso

Ya lo sabían Romeo y Julieta, ya lo selló Judas: un beso no solo es un detalle de amor. Muchas veces puede desatar una tragedia y por estos días, todos sin excepción comenzamos a comprenderlo, a fuerza de cubre bocas y de esa infinita distancia que es un par de metros cuando no podemos posar los labios de quienes amamos.




El viejo siglo XX está muriendo con dos décadas de porfiado retardo, muere en su futuro germinado abruptamente veinte años después de su partida. No era la flor que esperaba. Fue un muérdago esperpéntico y carnívoro que anuncia un invierno sin límites, si entre todos no invocamos una primavera. No fue el jardín del Edén que traerían los dioses del conocimiento, la ciencia, el capital. Es un páramo agostado no sólo por un virus, que quizás tarde o temprano parta, sino por los estragos de la plaga de la avaricia, de la codicia y de la inequidad, que como bíblicas langostas nos han dejado a su paso la tierra yerma de la injusticia y la pobreza.


El cotidiano paseo de la luz por sobre las cosas que nos rodean


El decrépito siglo pasado muere como un sumo sacerdote en su templo vacío. Hay que decirlo: con la modernidad y la cacareada posmodernidad, la fe religiosa devino en otro credo, un pastiche de superstición organizada en torno al consumo y las ideologías. Sus monaguillos, por estos días, como niños asustados también tiemblan ante el poder de unas gotas de saliva, porque así son los sacristanes del mal: patéticos cobardes forrados en oro, litio, petróleo o agua (el próximo bien más preciado), reyezuelos que van desnudos en una corte obsecuente, adanes expulsados del Edén, sin la piedad del manto de la honestidad del otro que te proteje del hazmerreír.

¿Cómo lograr el delicado diseño de cada hebra de un ser?


Hoy, todos sin excepción de rango, ante la posibilidad de una caricia en la mejilla, un abrazo, y lo que es peor, un beso goloso de pasión, nos hemos vuelto tan indefensos como el temeroso cavernícola prehistórico (ese que nunca dejamos de ser), ante el “misterio tan profundo de la noche” (Lorca). El boato de siglos de erudición y sus luces de artificio se desmorona, literalmente, ante un estornudo. La muerte incluso se esconde detrás del amor de quien se nos aproxima demasiado. Los abrazos generosos de la infancia y de la senilidad se vuelven vectores patógenos y con ellos la ternura se nos escamotea tristemente.

¿Cuántos colores lograste ver?


Por estos días, el temor a un fuerte abrazo o a un beso nos recuerda las despedidas y las bienvenidas de los viajes que hicimos como turistas ociosos o las de los inmigrantes indigentes, que traen tantas pestes como los tours de la parentela ricachona que viaja por el mundo buscando matar su endémico aburrimiento. Hoy, la muerte nos demuestra con sorna que es una vieja patológicamente democrática, a la que le da lo mismo viajar entre harapos hacinados o mantillas de seda de primera clase.

¿Has sentido el perfume de la menta fresca al llegar la tarde?


Un beso nos indica que el iceberg contra el que chocó el siglo pasado tiene en su superficie visible, los gélidos espejismos valóricos que nunca debieron flotar a la deriva. En esta noche de naufragio social, lo que siempre se debió ver no fue el accesorio estúpido del egoísmo, sino lo invisible que el niño de Saint Exupéry nos anunció, lo que se ve solo con el corazón, eso que se aloja en el asombro ante los pequeños detalles que pasan inadvertidos por nuestras vidas, para los que antes de la pandemia, no habían minutos posibles para repartir en contemplación.


Solo el paso del tiempo, compuesto de inasibles segundos, logra texturas increíbles. Lo sabemos, pero lo olvidamos.


Quizás ahora que las horas se vuelven lentas entre confinamientos, resguardos higiénicos, aprietos económicos y/o temores existenciales, haya espacio para los fragmentos de eternidad, esa efímera triangulación de conciencia, de aquí y de ahora, que habitan en los más ínfimos detalles de nuestras tan ocupadas agendas de inmortales, esos residuos de trascendencia que pueblan las pequeñas cosas que siempre han estado ahí para recordarnos las generosidades de la vida: la luz, el aire, los sonidos, la naturaleza toda que no se dejan acaparar.


Ojalá que en estos instantes, cuando el olor de los cadáveres de las urgencias del mundo parece que se filtra por las asépticas pantallas del universo digital, aquellas langostas de cuello y corbata, ¿Podrán comprender y valorar que el único bien no transable es la vida, tan banal y estúpidamente cotidiana como filosófica y científicamente prodigiosa? ¿entenderán que no pueden comprar, alargar, tasar o hipotecar porque habitamos en ella sin que nos pertenezca?


En definitiva, si alguien no entiende todo esto, sea cual sea su posición en el ajedrez de cristal en el que estamos en jaque, ¿Llegará a entender la maravilla que es simplemente estar vivos, que es existir pudiendo no haberlo hecho.?

En el tejido social, los pequeños filamentos, los más descuidados, son los que sostienen las grandes estructuras. Hay que cuidarlos.

Lamentablemente, porque lo efímero no se acumula en bancos y la condición humana no ha cambiado mucho en los últimos diez mil años, podemos vaticinar con pena que los faraones y emperadores de hoy (incluso algún insignificante aristócrata que pueda habitar dentro nuestro), no se van a dejar enseñar por ningún virus.


Para sacar lección de situaciones como la que estamos viviendo hay que, primero haber saboreado la felicidad que se recibe en una sonrisa sinceramente agradecida, o en un intransable abrazo fraterno, o haber experimentado un momento de extática contemplación ante todo lo que es insignificante para los solemnes señores del Mercado.


Lo más importante en la taza es el vacío...


Las semanas pasan y serán meses seguramente para muchos sin inhalar el perfume del misterio que se oculta detrás del poderoso detalle de un beso y de un abrazo; mientras tanto, aferrémonos a la generosa precariedad del aire que se nos filtra a través de las mascarillas sanitarias, pero no respirando solamente, porque eso no es lo mismo que estar vivos... ¿O no?



(Fotografías hechas a significativos detalles de casa...

¿los has buscado en la tuya?)

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