Poeta o dramaturgo, quizás ambos, pero cuesta entender si no le conocemos a fondo, que Federico García Lorca haya declarado en algún momento: “Primero que todo, soy músico”. Pero, prueba de esto son su biografía llena de testimonios que hablan de sus habilidades con el piano, su discipulado con Manuel de Falla, las canciones que compuso, los arreglos musicales para piezas folklóricas, las apreciaciones escritas respecto a la música, en especial sus conferencias donde aborda la música como el sustento de la creación verbal:
"La melodía latente, estructurada con sus centros nerviosos y sus ramitos de sangre, pone vivo calor histórico sobre los textos que a veces pueden estar vacíos y otras veces no tienen más valor que el de simples evocaciones." (En: Canciones de cuna españolas)
A pesar de tanto antecedente en la historia de las letras, el 13 de octubre de 2016 salía a la luz uno de los temas más escondidos bajo la alfombra del mundillo literario. Como si fueran pelucas empolvadas de la rancia Academia del siglo de las luces, caían las amigables máscaras de buena crianza de muchos puritanos academicistas: ¿Los cantautores ahora son poetas que cantan? ¿O acaso no son músicos que ponen letras a sus melodías? ¿Lo que hace un letrista puede llamarse poesía a tal punto que merezca un reconocimiento internacional? Ese día la Academia Sueca anunció el Premio Nobel de Literatura para Bob Dylan.
El anuncio dejó en estado de perplejidad tanto a los aspirantes a reconocimiento internacional por versificar sus cuitas personales, como a distinguidos académicos que, desde la erudita prosapia de los doctorados, miraron el reconocimiento con desdén. "Todo esto es político", me dijo ese mismo día una persona experta en poesía (y eso que toda la historia lírica, desde juglares hasta García Lorca, ha pasado bajo sus lentes demasiado cuadrados). Dice la leyenda urbana que incluso al propio Dylan quedó tan anonadado que tardó como dos semanas en sacar la voz para agradecer. En fin, la polémica de alcantarilla se destapaba y seguramente seguirá siendo un round pendiente en los diversos bandos de la apreciación estética literaria.
Cuando Dylan hizo saltar de júbilo a su Minnesota natal con el anuncio, el medio de los letristas de canciones parecía el vagón de segunda o tercera clase en el tren literario. A partir de entonces, se validaba la posición de muchos que creemos que algunos compositores y músicos pueden crear imágenes, mundos y metáforas mucho mejor que algunos por los cuales la industria editorial ha cometido el desastre ecológico de talar árboles para la impresión de sus versos.
En el oficio de los trovadores, preguntar por qué es primero: la melodía o la letra, quizás es tan fecundo como lo del huevo o la gallina. Lo cierto es que son incontables aquellos que unos acordes y unos versos, a veces simples pero con la profundidad filosófica de una sabiduría ancestral o con la inefable intuición del amor, nos han venido mostrando que los límites disciplinarios para la creatividad son tan artificiosos como los que los poderosos levantan para los países.
Solo en español tenemos casos notables de letras de canciones que no soportan argumento para ser excluidas de una antología poética con meridiana objetividad. Versos de Joan Manuel Serrat, salpicados de guiños a los más importantes poetas españoles (Antonio Machado, Miguel Hernández, Federico García Lorca o León Felipe) con letras honestas y bien armadas navegan por el Mediterráneo mirando las costas de la política, el amor, las costumbres o de la infancia. Joaquín Sabina (que publicó en 2002 “Con Buena Letra”, y en 2002 “Ciento Volando de Catorce”, es autor de delicados poemas y sonetos que fusionan ironía y dolor no aptos para convalecientes de rupturas amorosas. Luis Eduardo Aute es tan músico como pintor, cineasta, cantante y poeta con 14 poemarios a cuestas, entre los que destacan: “Poemigas”, “Estereografías y otras animaciones” “ Cuerpo del delito” y “Días de amores”.
Desde América Latina, solo por nombrar algunos, no podemos evitar mencionar la poesía de Silvio Rodríguez, que el 2006 publicó "Te Doy Una Canción", texto cancionero con casi cuatrocientas letras en las que hace gala de su manejo de metáforas, paradojas, aliteraciones que lo conectan directamente con la estética del surrealismo o del mismísimo anhelo de Rimbaud de devolver musicalidad al verso.
Aunque no publicó ni un libro con sus versos, Gustavo Ceratti legó canciones de vuelo metafórico indiscutible que siguen abriendo nuevos significados cuando volvemos sobre ellos con cada Play que le damos a la casetera de los ochenta. Por supuesto, sin adjetivos, en profundo silencio, imposible no contemplar la obra de Violeta Parra cruzando el horizonte del arte y de la creatividad, llevando el verso popular chileno hasta Europa, en épocas en que la literatura latinoamericana no pasaba de ser un tópico exotista.
Más contemporáneamente, si de cruces disciplinares se trata, en nuestro país resulta interesante y prolífica toda la producción del chileno Mauricio Redolés, que recuperando la sinceridad del habla cotidiana nos acerca a un retrato cálido y creíble de la sociedad chilena; así como los intentos de la Orquesta de Poetas, con algunos notables aciertos donde logran que la calidad musical y la lírica corran a la par. Notable es la experimentación del máximo poeta chileno, Raúl Zurita que realiza junto a la banda González y los asistentes.
Jim Morrison, Nick Cave, Jacques Brel, Leonard Cohen, Victor Jara, Luis Alberto Spinetta... Sí, son cientos los que se nos quedan afuera (sobre los que esperamos volver), toda la juglaría del rock, el punk, el folk, incluso el desdeñado Pop. Un incontable etcétera de creativos, que con acordes y palabras nos permiten pensar, sentir y avizorar nuevos mundos, a pesar de las reticencias de ciertos puristas, capaces de negar que un buen ritmo y una creativa propuesta de letra nos pueden, incluso, hacer algo específicamente humano: B A I L A R.
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